29 de junio de 2012

Grupo Sanguíneo;Part10


Ahora estábamos cerca del aparcamiento. Me desvié a la izquierda, hacia el
monovolumen. Algo me agarró de la cazadora y me hizo retroceder.
— ¿Adonde te crees que vas? —preguntó ofendido.
Edward me aferraba de la misma con una sola mano. Estaba perpleja.
—Me voy a casa.
— ¿Acaso no me has oído decir que te iba a dejar a salvo en casa? ¿Crees que te voy a
permitir que conduzcas en tu estado?
— ¿En qué estado? ¿Y qué va a pasar con mi coche? ——me quejé.
—Se lo tendré que dejar a Alice después de la escuela.
Me arrastró de la ropa hacia su coche. Todo lo que podía hacer era intentar no caerme,
aunque, de todos modos, lo más probable es que me sujetara si perdía el equilibrio.
— ¡Déjame! —insistí.
Me ignoró. Anduve haciendo eses sobre las aceras empapadas hasta llegar a su Volvo.
Entonces, me soltó al fin. Me tropecé contra la puerta del copiloto.
— ¡Eres tan insistente!—refunfuñé.
—Está abierto —se limitó a responder. Entró en el coche por el lado del conductor.
—Soy perfectamente capaz de conducir hasta casa.
Permanecí junto al Volvo echando chispas. Ahora llovía con más fuerza y el pelo
goteaba sobre mi espalda al no haberme puesto la capucha. Bajó el cristal de la ventanilla
automática y se inclinó sobre el asiento del copiloto:
—Entra, Bella.
No le respondí. Estaba calculando las oportunidades que tenía de alcanzar el
monovolumen antes de que él me atrapara, y tenía que admitir que no eran demasiadas.
—Te arrastraría de vuelta aquí —me amenazó, adivinando mi plan.
Intenté mantener toda la dignidad que me fue posible al entrar en el Volvo. No tuve
mucho éxito. Parecía un gato empapado y las botas crujían continuamente.
—Esto es totalmente innecesario —dije secamente.
No me respondió. Manipuló los mandos, subió la calefacción y bajó la música. Cuando
salió del aparcamiento, me preparaba para castigarle con mi silencio —poniendo un mohín de
total enfado—, pero entonces reconocí la música que sonaba y la curiosidad prevaleció sobre
la intención.
— ¿Claro de luna?—pregunté sorprendida.
— ¿Conoces a Debussy? —él también parecía estar sorprendido.
—No mucho —admití—. Mi madre pone mucha música clásica en casa, pero sólo
conozco a mis favoritos.
—También es uno de mis favoritos.
Siguió mirando al frente, a través de la lluvia, sumido en sus pensamientos.
Escuché la música mientras me relajaba contra la suave tapicería de cuero gris. Era
imposible no reaccionar ante la conocida y relajante melodía. La lluvia emborronaba todo el
paisaje más allá de la ventanilla hasta convertirlo en una mancha de tonalidades grises y
verdes. Comencé a darme cuenta de lo rápido que íbamos, pero, no obstante, el coche se
movía con tal firmeza y estabilidad que no notaba la velocidad, salvo por lo deprisa que
dejábamos atrás el pueblo.
— ¿Cómo es tu madre? —me preguntó de repente.
Lo miré de refilón, con curiosidad.
—Se parece mucho a mí, pero es más guapa —respondí. Alzó las cejas—; he heredado
muchos rasgos de Charlie. Es más sociable y atrevida que yo. También es irresponsable y un
poco excéntrica, y una cocinera impredecible. Es mi mejor amiga —me callé. Hablar de ella
me había deprimido.
—Bella, ¿cuántos años tienes?

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29 de junio de 2012

Grupo Sanguíneo;Part10


Ahora estábamos cerca del aparcamiento. Me desvié a la izquierda, hacia el
monovolumen. Algo me agarró de la cazadora y me hizo retroceder.
— ¿Adonde te crees que vas? —preguntó ofendido.
Edward me aferraba de la misma con una sola mano. Estaba perpleja.
—Me voy a casa.
— ¿Acaso no me has oído decir que te iba a dejar a salvo en casa? ¿Crees que te voy a
permitir que conduzcas en tu estado?
— ¿En qué estado? ¿Y qué va a pasar con mi coche? ——me quejé.
—Se lo tendré que dejar a Alice después de la escuela.
Me arrastró de la ropa hacia su coche. Todo lo que podía hacer era intentar no caerme,
aunque, de todos modos, lo más probable es que me sujetara si perdía el equilibrio.
— ¡Déjame! —insistí.
Me ignoró. Anduve haciendo eses sobre las aceras empapadas hasta llegar a su Volvo.
Entonces, me soltó al fin. Me tropecé contra la puerta del copiloto.
— ¡Eres tan insistente!—refunfuñé.
—Está abierto —se limitó a responder. Entró en el coche por el lado del conductor.
—Soy perfectamente capaz de conducir hasta casa.
Permanecí junto al Volvo echando chispas. Ahora llovía con más fuerza y el pelo
goteaba sobre mi espalda al no haberme puesto la capucha. Bajó el cristal de la ventanilla
automática y se inclinó sobre el asiento del copiloto:
—Entra, Bella.
No le respondí. Estaba calculando las oportunidades que tenía de alcanzar el
monovolumen antes de que él me atrapara, y tenía que admitir que no eran demasiadas.
—Te arrastraría de vuelta aquí —me amenazó, adivinando mi plan.
Intenté mantener toda la dignidad que me fue posible al entrar en el Volvo. No tuve
mucho éxito. Parecía un gato empapado y las botas crujían continuamente.
—Esto es totalmente innecesario —dije secamente.
No me respondió. Manipuló los mandos, subió la calefacción y bajó la música. Cuando
salió del aparcamiento, me preparaba para castigarle con mi silencio —poniendo un mohín de
total enfado—, pero entonces reconocí la música que sonaba y la curiosidad prevaleció sobre
la intención.
— ¿Claro de luna?—pregunté sorprendida.
— ¿Conoces a Debussy? —él también parecía estar sorprendido.
—No mucho —admití—. Mi madre pone mucha música clásica en casa, pero sólo
conozco a mis favoritos.
—También es uno de mis favoritos.
Siguió mirando al frente, a través de la lluvia, sumido en sus pensamientos.
Escuché la música mientras me relajaba contra la suave tapicería de cuero gris. Era
imposible no reaccionar ante la conocida y relajante melodía. La lluvia emborronaba todo el
paisaje más allá de la ventanilla hasta convertirlo en una mancha de tonalidades grises y
verdes. Comencé a darme cuenta de lo rápido que íbamos, pero, no obstante, el coche se
movía con tal firmeza y estabilidad que no notaba la velocidad, salvo por lo deprisa que
dejábamos atrás el pueblo.
— ¿Cómo es tu madre? —me preguntó de repente.
Lo miré de refilón, con curiosidad.
—Se parece mucho a mí, pero es más guapa —respondí. Alzó las cejas—; he heredado
muchos rasgos de Charlie. Es más sociable y atrevida que yo. También es irresponsable y un
poco excéntrica, y una cocinera impredecible. Es mi mejor amiga —me callé. Hablar de ella
me había deprimido.
—Bella, ¿cuántos años tienes?

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