28 de junio de 2012

Las invitaciones; Part*6


Jessica
  —debía colgar, ya que quería telefonear a Angela y a Lauren para decírselo. Le sugerí por
«casualidad» que quizás Angela, la chica tímida que iba a Biología conmigo, se lo podía pedir
a Eric. Y Lauren, una estirada que me ignoraba durante el almuerzo, se lo podía pedir a Tyler;
tenía entendido que estaba disponible. Jess pensó que era una gran idea. De hecho, ahora que
tenía seguro a Mike, sonó sincera cuando dijo que deseaba que fuera al baile. Le mencioné el
pretexto del viaje a Seattle.
Después de colgar, intenté concentrarme en la cocina, sobre todo al cortar el pollo. No
me apetecía hacer otro viaje a urgencias. Pero la cabeza me daba vueltas de tanto analizar
cada palabra que hoy había pronunciado Edward. ¿A qué se refería con que era mejor que no
fuéramos amigos?
Sentí un retortijón en el estómago cuando comprendí el significado. Debía de haber
visto cuánto me obsesionaba y no quería darme esperanzas, por lo que no podíamos siquiera
ser amigos. ..., porque él no estaba nada interesado en mí.
Naturalmente que no le interesaba, pensé con enfado mientras me lloraban los ojos —
reacción provocada por las cebollas—. Yo no era interesante y él sí. Interesante... y brillante,
misterioso, perfecto..., y guapo, y posiblemente capaz de levantar una furgoneta con una sola
mano.
Vale, de acuerdo. Podía dejarle tranquilo. Le dejaría solo. Soportaría la sentencia que
me había impuesto a mí misma aquí, en el purgatorio; luego, si Dios quería, alguna
universidad del sudeste, o tal vez Hawai, me ofrecería una beca. Concentré la mente en playas
soleadas y palmeras mientras terminaba las enchiladas y las metía en el horno.
Charlie parecía receloso cuando percibió el aroma a pimientos verdes al llegar a casa.
No le podía culpar, la comida mexicana comestible más cercana se encontraba probablemente
al sur de California. Pero era un poli, aunque fuera en aquel pequeño pueblecito, de modo que
tuvo suficientes redaños para tomar el primer bocado. Pareció gustarle. Resultaba divertido
comprobar lo despacio que empezaba a confiar en mí en los asuntos culinarios. Cuando estaba
a punto de acabar, le pregunté:
— ¿Papá?
— ¿Sí?
—Esto... Quería que supieras que voy a ir a Seattle el sábado de la semana que viene...,
si te parece bien.
No le pedí permiso, era sentar un mal precedente, pero me sentí maleducada. Intenté
arreglarlo con ese fin de frase.
— ¿Por qué?
Parecía sorprendido, como si fuera incapaz de imaginar algo que Forks no pudiera
ofrecer.
—Bueno, quiero conseguir algunos libros porque la librería local es bastante pequeña, y
tal vez mire algo de ropa.
Tenía más dinero del habitual, ya que no había tenido que pagar el coche gracias a
Charlie, aunque me dejaba un buen pellizco en las gasolineras.
—Lo más probable es que el monovolumen consuma mucha gasolina —apuntó,
haciéndose eco de mis pensamientos.
—Lo sé. Pararé en Montessano y Olympia, y en Tacorna si fuera necesario.
— ¿Vas a ir tú sola? —preguntó. No sabía si sospechaba que tenía un novio secreto o si
se preocupaba por el tema del coche.
—Sí.
—Seattle es una ciudad muy grande, te podrías perder —señaló preocupado.
—Papá, Phoenix es cinco veces más grande que Seattle y sé leer un mapa, no te
preocupes.
— ¿No quieres que te acompañe?

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28 de junio de 2012

Las invitaciones; Part*6


Jessica
  —debía colgar, ya que quería telefonear a Angela y a Lauren para decírselo. Le sugerí por
«casualidad» que quizás Angela, la chica tímida que iba a Biología conmigo, se lo podía pedir
a Eric. Y Lauren, una estirada que me ignoraba durante el almuerzo, se lo podía pedir a Tyler;
tenía entendido que estaba disponible. Jess pensó que era una gran idea. De hecho, ahora que
tenía seguro a Mike, sonó sincera cuando dijo que deseaba que fuera al baile. Le mencioné el
pretexto del viaje a Seattle.
Después de colgar, intenté concentrarme en la cocina, sobre todo al cortar el pollo. No
me apetecía hacer otro viaje a urgencias. Pero la cabeza me daba vueltas de tanto analizar
cada palabra que hoy había pronunciado Edward. ¿A qué se refería con que era mejor que no
fuéramos amigos?
Sentí un retortijón en el estómago cuando comprendí el significado. Debía de haber
visto cuánto me obsesionaba y no quería darme esperanzas, por lo que no podíamos siquiera
ser amigos. ..., porque él no estaba nada interesado en mí.
Naturalmente que no le interesaba, pensé con enfado mientras me lloraban los ojos —
reacción provocada por las cebollas—. Yo no era interesante y él sí. Interesante... y brillante,
misterioso, perfecto..., y guapo, y posiblemente capaz de levantar una furgoneta con una sola
mano.
Vale, de acuerdo. Podía dejarle tranquilo. Le dejaría solo. Soportaría la sentencia que
me había impuesto a mí misma aquí, en el purgatorio; luego, si Dios quería, alguna
universidad del sudeste, o tal vez Hawai, me ofrecería una beca. Concentré la mente en playas
soleadas y palmeras mientras terminaba las enchiladas y las metía en el horno.
Charlie parecía receloso cuando percibió el aroma a pimientos verdes al llegar a casa.
No le podía culpar, la comida mexicana comestible más cercana se encontraba probablemente
al sur de California. Pero era un poli, aunque fuera en aquel pequeño pueblecito, de modo que
tuvo suficientes redaños para tomar el primer bocado. Pareció gustarle. Resultaba divertido
comprobar lo despacio que empezaba a confiar en mí en los asuntos culinarios. Cuando estaba
a punto de acabar, le pregunté:
— ¿Papá?
— ¿Sí?
—Esto... Quería que supieras que voy a ir a Seattle el sábado de la semana que viene...,
si te parece bien.
No le pedí permiso, era sentar un mal precedente, pero me sentí maleducada. Intenté
arreglarlo con ese fin de frase.
— ¿Por qué?
Parecía sorprendido, como si fuera incapaz de imaginar algo que Forks no pudiera
ofrecer.
—Bueno, quiero conseguir algunos libros porque la librería local es bastante pequeña, y
tal vez mire algo de ropa.
Tenía más dinero del habitual, ya que no había tenido que pagar el coche gracias a
Charlie, aunque me dejaba un buen pellizco en las gasolineras.
—Lo más probable es que el monovolumen consuma mucha gasolina —apuntó,
haciéndose eco de mis pensamientos.
—Lo sé. Pararé en Montessano y Olympia, y en Tacorna si fuera necesario.
— ¿Vas a ir tú sola? —preguntó. No sabía si sospechaba que tenía un novio secreto o si
se preocupaba por el tema del coche.
—Sí.
—Seattle es una ciudad muy grande, te podrías perder —señaló preocupado.
—Papá, Phoenix es cinco veces más grande que Seattle y sé leer un mapa, no te
preocupes.
— ¿No quieres que te acompañe?

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