—Me importa a mí —insistí—. No me gusta mentir, por eso quiero tener un buen
motivo para hacerlo.
— ¿Es que no me lo puedes agradecer y punto?
—Gracias.
Esperé, furiosa, echando chispas.
—No vas a dejarlo correr, ¿verdad?
—No.
—En tal caso... espero que disfrutes de la decepción.
Enfadados, .nos miramos el uno al otro, hasta que al final rompí el silencio intentando
concentrarme. Corría el peligro de que su rostro, hermoso y lívido, me distrajera. Era como
intentar apartar la vista de un ángel destructor.
— ¿Por qué te molestaste en salvarme? —pregunté con toda la frialdad que pude.
Se hizo una pausa y durante un breve momento su rostro bellísimo fue
inesperadamente vulnerable.
—No lo sé —susurró.
Entonces me dio la espalda y se marchó.
Estaba tan enfadada que necesité unos minutos antes de poder moverme. Cuando pude
andar, me dirigí lentamente hacia la salida que había al fondo del corredor.
La sala de espera superaba mis peores temores. Todos aquellos a quienes conocía en
Forks parecían hallarse presentes, y todos me miraban fijamente. Charlie se acercó a toda
prisa. Levanté las manos.
—Estoy perfectamente —le aseguré, hosca. Seguía exasperada y no estaba de humor
para charlar.
— ¿Qué dijo el médico?
—El doctor Cullen me ha reconocido, asegura que estoy bien y puedo irme a casa.
Suspiré. Mike y Jessica y Eric me esperaban y ahora se estaban acercando.
—Vamonos —le urgí.
Sin llegar a tocarme, Charlie me rodeó la espalda con un brazo y me condujo a las
puertas de cristal de la salida. Saludé tímidamente con la mano a mis amigos con la esperanza
de que comprendieran que no había de qué preocuparse. Fue un gran alivio subirme al coche
patrulla, era la primera vez que experimentaba esa sensación.
Viajábamos en silencio. Estaba tan ensimismada en mis cosas que apenas era
consciente de la presencia de Charlie. Estaba segura de que esa actitud a la defensiva de
Edward en el pasillo no era sino la confirmación de unos sucesos tan extraños que
difícilmente me hubiera creído de no haberlos visto con mis propios ojos.
Cuando llegamos a casa, Charlie habló al fin:
—Eh... Esto... Tienes que llamar a Renée.
Embargado por la culpa, agachó la cabeza. Me espanté.
— ¡Se lo has dicho a mamá!
—Lo siento.
Al bajarme, cerré la puerta del coche patrulla con un portazo más fuerte de lo
necesario.
Mi madre se había puesto histérica, por supuesto. Tuve que asegurarle que estaba bien
por lo menos treinta veces antes de que se calmara. Me rogó que volviera a casa, olvidando
que en aquel momento estaba vacía, pero resistir a sus súplicas me resultó mucho más fácil de
lo que pensaba. El misterio que Edward representaba me consumía; aún más, él me
obsesionaba. Tonta. Tonta. Tonta. No tenía tantas ganas de huir de Forks como debiera, como
hubiera tenido cualquier persona normal y cuerda.
Decidí que sería mejor acostarme temprano esa noche. Charlie no dejaba de mirarme
con preocupación y eso me sacaba de quicio. Me detuve en el cuarto de baño al subir y me
tomé tres pastillas de Tylenol. Calmaron el dolor y me fui a dormir cuando éste remitió.
Esa fue la primera noche que soñé con Edward Cullen.
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