28 de junio de 2012

Las invitaciones; Part4


—Lo siento —parecía sincero—. Estoy siendo muy grosero, lo sé, pero de verdad que
es mejor así.
Abrí los ojos. Su rostro estaba muy serio.
—No sé qué quieres decir —le dije con prevención.
—Es mejor que no seamos amigos —me explicó—, confía en mí.
Entrecerré los ojos. Había oído eso antes.
—Es una lástima que no lo descubrieras antes —murmuré entre dientes—. Te podías
haber ahorrado todo ese pesar.
— ¿Pesar? —La palabra y el tono de mi voz le pillaron con la guardia baja, sin duda—.
¿Pesar por qué?
—Por no dejar que esa estúpida furgoneta me hiciera puré.
Estaba atónito. Me miró fijamente sin dar crédito a lo que oía. Casi parecía enfadado
cuando al fin habló:
— ¿Crees que me arrepiento de haberte salvado la vida?
—Sé que es así —repliqué con brusquedad.
—No sabes nada.
Definitivamente, se había enfadado. Alejé bruscamente mi rostro del suyo,
mordiéndome la lengua para callarme todas las fuertes acusaciones que quería decirle a la
cara. Recogí los libros y luego me puse en pie para dirigirme hacia la puerta. Pretendí hacer
una salida dramática de la clase, pero, cómo no, se me enganchó una bota con la jamba de la
puerta y se me cayeron los libros. Me quedé allí un momento, sopesando la posibilidad de
dejarlos en el suelo. Entonces suspiré y me agaché para recogerlos. Pero él ya estaba ahí, los
había apilado. Me los entregó con rostro severo.
—Gracias —dije con frialdad.
Entrecerró los ojos.
— ¡No hay de qué! —replicó.
Me enderecé rápidamente, volví a apartarme de él y me alejé caminando a clase de
Educación física sin volver la vista atrás.
La hora de gimnasia fue brutal. Cambiamos de deporte, jugamos a baloncesto. Mi
equipo jamás me pasaba la pelota, lo cual era estupendo, pero me caí un montón de veces, y
en ocasiones arrastraba a gente conmigo. Ese día me movía peor de lo habitual porque
Edward ocupaba toda mi mente. Intentaba concentrarme en mis pies, pero él seguía
deslizándose en mis pensamientos justo cuando más necesitaba mantener el equilibrio.
Como siempre, salir fue un alivio. Casi corrí hacia el monovolumen, ya que había
demasiada gente a la que quería evitar. El vehículo había sufrido unos daños mínimos a raíz
del accidente. Había tenido que sustituir las luces traseras y hubiera realizado algún retoque
en la chapa de haber dispuesto de un equipo de pintura de verdad. Los padres de Tyler habían
tenido que vender la furgoneta por piezas.
Estuvo a punto de darme un patatús cuando, al doblar la esquina, vi una figura alta y
oscura reclinada contra un lateral del coche. Luego comprendí que sólo se trataba de Eric.
Comencé a andar de nuevo.
—Hola, Eric —le saludé.
—Hola, Bella.
— ¿Qué hay? —pregunté mientras abría la puerta. No presté atención al tono incómodo
de su voz, por lo que sus siguientes palabras me pillaron desprevenida.
—Me preguntaba... si querrías venir al baile conmigo.
La voz se le quebró al pronunciar la última palabra.
—Creí que era la chica quien elegía —respondí, demasiado sorprendida para ser
diplomática.
—Bueno, sí —admitió avergonzado.

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28 de junio de 2012

Las invitaciones; Part4


—Lo siento —parecía sincero—. Estoy siendo muy grosero, lo sé, pero de verdad que
es mejor así.
Abrí los ojos. Su rostro estaba muy serio.
—No sé qué quieres decir —le dije con prevención.
—Es mejor que no seamos amigos —me explicó—, confía en mí.
Entrecerré los ojos. Había oído eso antes.
—Es una lástima que no lo descubrieras antes —murmuré entre dientes—. Te podías
haber ahorrado todo ese pesar.
— ¿Pesar? —La palabra y el tono de mi voz le pillaron con la guardia baja, sin duda—.
¿Pesar por qué?
—Por no dejar que esa estúpida furgoneta me hiciera puré.
Estaba atónito. Me miró fijamente sin dar crédito a lo que oía. Casi parecía enfadado
cuando al fin habló:
— ¿Crees que me arrepiento de haberte salvado la vida?
—Sé que es así —repliqué con brusquedad.
—No sabes nada.
Definitivamente, se había enfadado. Alejé bruscamente mi rostro del suyo,
mordiéndome la lengua para callarme todas las fuertes acusaciones que quería decirle a la
cara. Recogí los libros y luego me puse en pie para dirigirme hacia la puerta. Pretendí hacer
una salida dramática de la clase, pero, cómo no, se me enganchó una bota con la jamba de la
puerta y se me cayeron los libros. Me quedé allí un momento, sopesando la posibilidad de
dejarlos en el suelo. Entonces suspiré y me agaché para recogerlos. Pero él ya estaba ahí, los
había apilado. Me los entregó con rostro severo.
—Gracias —dije con frialdad.
Entrecerró los ojos.
— ¡No hay de qué! —replicó.
Me enderecé rápidamente, volví a apartarme de él y me alejé caminando a clase de
Educación física sin volver la vista atrás.
La hora de gimnasia fue brutal. Cambiamos de deporte, jugamos a baloncesto. Mi
equipo jamás me pasaba la pelota, lo cual era estupendo, pero me caí un montón de veces, y
en ocasiones arrastraba a gente conmigo. Ese día me movía peor de lo habitual porque
Edward ocupaba toda mi mente. Intentaba concentrarme en mis pies, pero él seguía
deslizándose en mis pensamientos justo cuando más necesitaba mantener el equilibrio.
Como siempre, salir fue un alivio. Casi corrí hacia el monovolumen, ya que había
demasiada gente a la que quería evitar. El vehículo había sufrido unos daños mínimos a raíz
del accidente. Había tenido que sustituir las luces traseras y hubiera realizado algún retoque
en la chapa de haber dispuesto de un equipo de pintura de verdad. Los padres de Tyler habían
tenido que vender la furgoneta por piezas.
Estuvo a punto de darme un patatús cuando, al doblar la esquina, vi una figura alta y
oscura reclinada contra un lateral del coche. Luego comprendí que sólo se trataba de Eric.
Comencé a andar de nuevo.
—Hola, Eric —le saludé.
—Hola, Bella.
— ¿Qué hay? —pregunté mientras abría la puerta. No presté atención al tono incómodo
de su voz, por lo que sus siguientes palabras me pillaron desprevenida.
—Me preguntaba... si querrías venir al baile conmigo.
La voz se le quebró al pronunciar la última palabra.
—Creí que era la chica quien elegía —respondí, demasiado sorprendida para ser
diplomática.
—Bueno, sí —admitió avergonzado.

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