28 de junio de 2012
Las invitaciones; Part8
—Quería pedirte algo, pero me desviaste del tema —volvió a reír entre dientes. Parecía
haber recuperado el buen humor.
— ¿Tienes un trastorno de personalidad múltiple? —le pregunté con acritud.
—Y lo vuelves a hacer.
Suspiré.
—Vale, entonces, ¿qué me querías pedir?
—Me preguntaba si el sábado de la próxima semana, ya sabes, el día del baile de
primavera...
— ¿Intentas ser gracioso? —lo interrumpí, girándome hacia él.
Mi rostro se empapó cuando alcé la cabeza para mirarle. En sus ojos había una perversa
diversión.
—Por favor, ¿vas a dejarme terminar?
Me mordí el labio y junté las manos, entrelazando los dedos, para no cometer ninguna
imprudencia.
—Te he escuchado decir que vas a ir a Seattle ese día y me preguntaba si querrías dar un
paseo.
Aquello fue totalmente inesperado.
— ¿Qué? —no estaba segura de adonde quería llegar.
— ¿Quieres dar un paseo hasta Seattle?
— ¿Con quién? —pregunté, desconcertada.
—Conmigo, obviamente —articuló cada sílaba como si se estuviera dirigiendo a un
discapacitado.
Seguía sin salir de mi asombro.
— ¿Por qué?
—Planeaba ir a Seattle en las próximas semanas y, para ser honesto, no estoy seguro de
que tu monovolumen lo pueda conseguir.
—Mi coche va perfectamente, muchísimas gracias por tu preocupación.
Hice ademán de seguir andando, pero estaba demasiado sorprendida para mantener el
mismo nivel de ira.
— ¿Puede llegar gastando un solo depósito de gasolina?
Volvió a mantener el ritmo de mis pasos.
—No veo que sea de tu incumbencia.
Estúpido propietario de un flamante Volvo.
—El despilfarro de recursos limitados es asunto de todos.
—De verdad, Edward, no te sigo —me recorrió un escalofrío al pronunciar su nombre;
odié la sensación—. Creía que no querías ser amigo mío.
—Dije que sería mejor que no lo fuéramos, no que no lo deseara.
—Vaya, gracias, eso lo aclara todo —le repliqué con feroz sarcasmo.
Me di cuenta de que había dejado de andar otra vez. Ahora estábamos al abrigo del
tejado de la cafetería, por lo que podía contemplarle el rostro con mayor comodidad, lo cual,
desde luego, no me ayudaba a aclarar las ideas.
—Sería más... prudente para ti que no fueras mi amiga —explicó—, pero me he
cansado de alejarme de ti, Bella.
Sus ojos eran de una intensidad deliciosa cuando pronunció con voz seductora aquella
última frase. Me olvidé hasta de respirar.
— ¿Me acompañarás a Seattle? —preguntó con voz todavía vehemente.
Aún era incapaz de hablar, por lo que sólo asentí con la cabeza. Sonrió levemente y
luego su rostro se volvió serio.
—Deberías alejarte de mí, de veras —me previno—. Te veré en clase.
Se dio la vuelta de forma brusca y desanduvo el camino que habíamos recorrido.
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28 de junio de 2012
Las invitaciones; Part8
—Quería pedirte algo, pero me desviaste del tema —volvió a reír entre dientes. Parecía
haber recuperado el buen humor.
— ¿Tienes un trastorno de personalidad múltiple? —le pregunté con acritud.
—Y lo vuelves a hacer.
Suspiré.
—Vale, entonces, ¿qué me querías pedir?
—Me preguntaba si el sábado de la próxima semana, ya sabes, el día del baile de
primavera...
— ¿Intentas ser gracioso? —lo interrumpí, girándome hacia él.
Mi rostro se empapó cuando alcé la cabeza para mirarle. En sus ojos había una perversa
diversión.
—Por favor, ¿vas a dejarme terminar?
Me mordí el labio y junté las manos, entrelazando los dedos, para no cometer ninguna
imprudencia.
—Te he escuchado decir que vas a ir a Seattle ese día y me preguntaba si querrías dar un
paseo.
Aquello fue totalmente inesperado.
— ¿Qué? —no estaba segura de adonde quería llegar.
— ¿Quieres dar un paseo hasta Seattle?
— ¿Con quién? —pregunté, desconcertada.
—Conmigo, obviamente —articuló cada sílaba como si se estuviera dirigiendo a un
discapacitado.
Seguía sin salir de mi asombro.
— ¿Por qué?
—Planeaba ir a Seattle en las próximas semanas y, para ser honesto, no estoy seguro de
que tu monovolumen lo pueda conseguir.
—Mi coche va perfectamente, muchísimas gracias por tu preocupación.
Hice ademán de seguir andando, pero estaba demasiado sorprendida para mantener el
mismo nivel de ira.
— ¿Puede llegar gastando un solo depósito de gasolina?
Volvió a mantener el ritmo de mis pasos.
—No veo que sea de tu incumbencia.
Estúpido propietario de un flamante Volvo.
—El despilfarro de recursos limitados es asunto de todos.
—De verdad, Edward, no te sigo —me recorrió un escalofrío al pronunciar su nombre;
odié la sensación—. Creía que no querías ser amigo mío.
—Dije que sería mejor que no lo fuéramos, no que no lo deseara.
—Vaya, gracias, eso lo aclara todo —le repliqué con feroz sarcasmo.
Me di cuenta de que había dejado de andar otra vez. Ahora estábamos al abrigo del
tejado de la cafetería, por lo que podía contemplarle el rostro con mayor comodidad, lo cual,
desde luego, no me ayudaba a aclarar las ideas.
—Sería más... prudente para ti que no fueras mi amiga —explicó—, pero me he
cansado de alejarme de ti, Bella.
Sus ojos eran de una intensidad deliciosa cuando pronunció con voz seductora aquella
última frase. Me olvidé hasta de respirar.
— ¿Me acompañarás a Seattle? —preguntó con voz todavía vehemente.
Aún era incapaz de hablar, por lo que sólo asentí con la cabeza. Sonrió levemente y
luego su rostro se volvió serio.
—Deberías alejarte de mí, de veras —me previno—. Te veré en clase.
Se dio la vuelta de forma brusca y desanduvo el camino que habíamos recorrido.
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