28 de junio de 2012

Las invitaciones; Part7


Intenté ser astuta al tiempo que ocultaba mi pánico.
—No te preocupes, papá. Voy a ir de tiendas y me pasaré el día en los probadores... Será
aburrido.
—Oh, vale.
La sola de idea de sentarse en tiendas de ropa femenina por un periodo de tiempo
indeterminado le hizo desistir de inmediato.
—Gracias —le sonreí.
— ¿Estarás de vuelta a tiempo para el baile?
Maldición. Sólo en un pueblo tan pequeño, un padre sabe cuándo tienen lugar los bailes
del instituto.
—No, yo no bailo, papá.
Él por encima de todos los demás debería entenderlo. No había heredado de mi madre
mis problemas de equilibrio. Lo comprendió.
—Ah, vale —había caído en la cuenta.
A la mañana siguiente, cuando me detuve en el aparcamiento, dejé mi coche lo más
lejos posible del Volvo plateado. Quise apartarme del camino de la tentación para no acabar
debiéndole a Edward un coche nuevo. Al salir del coche jugueteé con las llaves, que cayeron
en un charco cercano. Mientras me agachaba para recogerlas, surgió de repente una mano
nivea y las tomó antes que yo. Me erguí bruscamente. Edward Cullen estaba a mi lado,
recostado como por casualidad contra mi automóvil.
— ¿Cómo lo haces? —pregunté, asombrada e irritada.
— ¿Hacer qué?
Me tendió las llaves mientras hablaba y las dejó caer en la palma de mi mano cuando las
fui a coger.
—Aparecer del aire.
—Bella, no es culpa mía que seas excepcionalmente despistada.
Como de costumbre, hablaba en calma, con voz pausada y aterciopelada. Fruncí el ceño
ante aquel rostro perfecto. Hoy sus ojos volvían a relucir con un tono profundo y dorado
como la miel. Entonces tuve que bajar los míos para reordenar mis ideas, ahora confusas.
— ¿A qué vino taponarme el paso ayer noche? —Quise saber, aún rehuyendo su mirada
—. Se suponía que fingías que yo no existía ni te dabas cuenta de que echaba chispas.
—Eso fue culpa de Tyler, no mía —se rió con disimulo—. Tenía que darle su
oportunidad.
—Tú... —dije entrecortadamente.
No se me ocurría ningún insulto lo bastante malo. Pensé que la fuerza de mi rabia lo
achantaría, pero sólo parecía divertirse aún más.
—No finjo que no existas —continuó.
— ¿Quieres matarme a rabietas dado que la furgoneta de Tyler no lo consiguió?
La ira destelló en sus ojos castaños. Frunció los labios y desaparecieron todas las
señales de alegría.
—Bella, eres totalmente absurda —murmuró con frialdad.
Sentí un hormigueo en las palmas de las manos y me entró un ansia de pegar a alguien.
Estaba sorprendida. Por lo general, no era una persona violenta. Le di la espalda y comencé a
alejarme.
—Espera —gritó. Seguí andando, chapoteando enojada bajo la lluvia, pero se puso a mi
altura y mantuvo mi paso con facilidad.
—Lo siento. He sido descortés —dijo mientras caminaba. Le ignoré—. No estoy
diciendo que no sea cierto —prosiguió—, pero, de todos modos, no ha sido de buena
educación.
— ¿Por qué no me dejas sola? —refunfuñé.

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28 de junio de 2012

Las invitaciones; Part7


Intenté ser astuta al tiempo que ocultaba mi pánico.
—No te preocupes, papá. Voy a ir de tiendas y me pasaré el día en los probadores... Será
aburrido.
—Oh, vale.
La sola de idea de sentarse en tiendas de ropa femenina por un periodo de tiempo
indeterminado le hizo desistir de inmediato.
—Gracias —le sonreí.
— ¿Estarás de vuelta a tiempo para el baile?
Maldición. Sólo en un pueblo tan pequeño, un padre sabe cuándo tienen lugar los bailes
del instituto.
—No, yo no bailo, papá.
Él por encima de todos los demás debería entenderlo. No había heredado de mi madre
mis problemas de equilibrio. Lo comprendió.
—Ah, vale —había caído en la cuenta.
A la mañana siguiente, cuando me detuve en el aparcamiento, dejé mi coche lo más
lejos posible del Volvo plateado. Quise apartarme del camino de la tentación para no acabar
debiéndole a Edward un coche nuevo. Al salir del coche jugueteé con las llaves, que cayeron
en un charco cercano. Mientras me agachaba para recogerlas, surgió de repente una mano
nivea y las tomó antes que yo. Me erguí bruscamente. Edward Cullen estaba a mi lado,
recostado como por casualidad contra mi automóvil.
— ¿Cómo lo haces? —pregunté, asombrada e irritada.
— ¿Hacer qué?
Me tendió las llaves mientras hablaba y las dejó caer en la palma de mi mano cuando las
fui a coger.
—Aparecer del aire.
—Bella, no es culpa mía que seas excepcionalmente despistada.
Como de costumbre, hablaba en calma, con voz pausada y aterciopelada. Fruncí el ceño
ante aquel rostro perfecto. Hoy sus ojos volvían a relucir con un tono profundo y dorado
como la miel. Entonces tuve que bajar los míos para reordenar mis ideas, ahora confusas.
— ¿A qué vino taponarme el paso ayer noche? —Quise saber, aún rehuyendo su mirada
—. Se suponía que fingías que yo no existía ni te dabas cuenta de que echaba chispas.
—Eso fue culpa de Tyler, no mía —se rió con disimulo—. Tenía que darle su
oportunidad.
—Tú... —dije entrecortadamente.
No se me ocurría ningún insulto lo bastante malo. Pensé que la fuerza de mi rabia lo
achantaría, pero sólo parecía divertirse aún más.
—No finjo que no existas —continuó.
— ¿Quieres matarme a rabietas dado que la furgoneta de Tyler no lo consiguió?
La ira destelló en sus ojos castaños. Frunció los labios y desaparecieron todas las
señales de alegría.
—Bella, eres totalmente absurda —murmuró con frialdad.
Sentí un hormigueo en las palmas de las manos y me entró un ansia de pegar a alguien.
Estaba sorprendida. Por lo general, no era una persona violenta. Le di la espalda y comencé a
alejarme.
—Espera —gritó. Seguí andando, chapoteando enojada bajo la lluvia, pero se puso a mi
altura y mantuvo mi paso con facilidad.
—Lo siento. He sido descortés —dijo mientras caminaba. Le ignoré—. No estoy
diciendo que no sea cierto —prosiguió—, pero, de todos modos, no ha sido de buena
educación.
— ¿Por qué no me dejas sola? —refunfuñé.

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