11 de marzo de 2012

Libro Abierto. Part2 ~


El último era de esa mañana.
Isabella:
Si no me has contestado a las 17:30, voy a llamar a Charlie.
Miré el reloj. Aún quedaba una hora, pero mi madre solía adelantarse a los
acontecimientos.
Mamá:
Tranquila. Ahora te escribo. No cometas ninguna imprudencia.
Bella
Envié el mail empecé a escribir otra vez.
Mamá:
Todo va fenomenal. Llueve, por supuesto. He esperado a escribirte cuando tuviera
algo que contarte. La escuela no es mala, sólo un poco repetitiva. He conocido a unos cuantos
compañeros muy amables que se sientan conmigo durante el almuerzo.
Tu blusa está en la tintorería. Se supone que la ibas a recoger el viernes.
Charlie me ha comprado un monovolumen. ¿Te lo puedes creer? Me encanta. Es un
poco antiguo, pero muy sólido, y eso me conviene, ya me conoces.
Yo también te echo de menos. Pronto volveré a escribir, pero no voy a estar revisando
el correo electrónico cada cinco minutos. Respira hondo y relájate. Te quiero.
Bella
Había decidido volver a leer Cumbres borrascosas por placer —era la novela que
estábamos estudiando en clase de Literatura—, y en ello estaba cuando Charlie llegó a casa.
Había perdido la noción del tiempo, por lo que me apresuré a bajar las escaleras, sacar del
horno las patatas y meter el filete para asarlo.
— ¿Bella? —gritó mi padre al oírme en la escalera.
¿Quién iba a ser si no?, me pregunté.
—Hola, papá, bienvenido a casa.
—Gracias.
Colgó el cinturón con la pistola y se quitó las botas mientras yo trajinaba en la cocina.
Que yo supiera, jamás había disparado en acto de servicio. Pero siempre la mantenía
preparada. De niña, cuando yo venía, le quitaba las balas al llegar a casa. Imagino que ahora
me consideraba lo bastante madura como para no matarme por accidente, y no lo bastante
deprimida como para suicidarme.
— ¿Qué vamos a comer? —preguntó con recelo.
Mi madre solía practicar la cocina creativa, y sus experimentos culinarios no siempre
resultaban comestibles. Me sorprendió, y entristeció, que todavía se acordara.
—Filete con patatas —contesté para tranquilizarlo.
Parecía encontrarse fuera de lugar en la cocina, de pie y sin hacer nada, por lo que se
marchó con pasos torpes al cuarto de estar para ver la tele mientras yo cocinaba. Preparé una
ensalada al mismo tiempo que se hacía el filete y puse la mesa.
Lo llamé cuando estuvo lista la cena y olfateó en señal de apreciación al entrar en la
cocina.
—Huele bien, Bella.
—Gracias.
Comimos en silencio durante varios minutos, lo cual no resultaba nada incómodo. A
ninguno de los dos nos disgustaba el silencio. En cierto modo, teníamos caracteres
compatibles para vivir juntos.
—Y bien, ¿qué tal el instituto? ¿Has hecho alguna amiga? —me preguntó mientras se
echaba más.
—Tengo unas cuantas clases con una chica que se llama Jessica y me siento con sus
amigas durante el almuerzo. Y hay un chico, Mike, que es muy amable. Todos parecen buena
gente.
Con una notable excepción.
—Debe de ser Mike Newton. Un buen chico y una buena familia. Su padre es el dueño
de una tienda de artículos deportivos a las afueras del pueblo. Se gana bien la vida gracias a
los excursionistas que pasan por aquí.
— ¿Conoces a la familia Cullen? —pregunté vacilante.
— ¿La familia del doctor Cullen? Claro. El doctor Cullen es un gran hombre.
—Los hijos... son un poco diferentes. No parece que en el instituto caigan demasiado
bien.
El aspecto enojado de Charlie me sorprendió.
— ¡Cómo es la gente de este pueblo! —murmuró—. El doctor Cullen es un eminente
cirujano que podría trabajar en cualquier hospital del mundo y ganaría diez veces más que
aquí —continuó en voz más alta—. Tenemos suerte de que vivan acá, de que su mujer quiera
quedarse en un pueblecito. Es muy valioso para la comunidad, y esos chicos se comportan
bien y son muy educados. Albergué ciertas dudas cuando llegaron con tantos hijos adoptivos.
Pensé que habría problemas, pero son muy maduros y no me han dado el más mínimo
problema. Y no puedo decir lo mismo de los hijos de algunas familias que han vivido en este
pueblo desde hace generaciones. Se mantienen unidos, como debe hacer una familia, se van
de camping cada tres fines de semana... La gente tiene que hablar sólo porque son recién
llegados.
Era el discurso más largo que había oído pronunciar a Charlie. Debía de molestarle
mucho lo que decía la gente.
Di marcha atrás.
—Me parecen bastante agradables, aunque he notado que son muy reservados. Y todos
son muy guapos —añadí para hacerles un cumplido.
—Tendrías que ver al doctor —dijo Charlie, y se rió—. Por fortuna, está felizmente
casado. A muchas de las enfermeras del hospital les cuesta concentrarse en su tarea cuando él
anda cerca.
Nos quedamos callados y terminamos de cenar. Recogió la mesa mientras me ponía a
fregar los platos. Regresó al cuarto de estar para ver la tele. Cuando terminé de fregar —no
había lavavajillas—, subí con desgana a hacer los deberes de Matemáticas. Sentí que lo hacía
por hábito. Esa noche fue silenciosa, por fin. Agotada, me dormí enseguida.
El resto de la semana transcurrió sin incidentes. Me acostumbré a la rutina de las
clases. Aunque no recordaba todos los nombres, el viernes era capaz de reconocer los rostros
de la práctica totalidad de los estudiantes del instituto. En clase de gimnasia los miembros de
mi equipo aprendieron a no pasarme el balón y a interponerse delante de mí si el equipo
contrario intentaba aprovecharse de mis carencias. Los dejé con sumo gusto.
Edward Cullen no volvió a la escuela.
Todos los días vigilaba la puerta con ansiedad hasta que los Cullen entraban en la
cafetería sin él. Entonces podía relajarme y participar en la conversación que, por lo general,
versaba sobre una excursión a La Push Ocean Park para dentro de dos semanas, un viaje que
organizaba Mike. Me invitaron y accedí a ir, más por ser cortés que por placer. Las playas
deben ser calientes y secas.

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11 de marzo de 2012

Libro Abierto. Part2 ~


El último era de esa mañana.
Isabella:
Si no me has contestado a las 17:30, voy a llamar a Charlie.
Miré el reloj. Aún quedaba una hora, pero mi madre solía adelantarse a los
acontecimientos.
Mamá:
Tranquila. Ahora te escribo. No cometas ninguna imprudencia.
Bella
Envié el mail empecé a escribir otra vez.
Mamá:
Todo va fenomenal. Llueve, por supuesto. He esperado a escribirte cuando tuviera
algo que contarte. La escuela no es mala, sólo un poco repetitiva. He conocido a unos cuantos
compañeros muy amables que se sientan conmigo durante el almuerzo.
Tu blusa está en la tintorería. Se supone que la ibas a recoger el viernes.
Charlie me ha comprado un monovolumen. ¿Te lo puedes creer? Me encanta. Es un
poco antiguo, pero muy sólido, y eso me conviene, ya me conoces.
Yo también te echo de menos. Pronto volveré a escribir, pero no voy a estar revisando
el correo electrónico cada cinco minutos. Respira hondo y relájate. Te quiero.
Bella
Había decidido volver a leer Cumbres borrascosas por placer —era la novela que
estábamos estudiando en clase de Literatura—, y en ello estaba cuando Charlie llegó a casa.
Había perdido la noción del tiempo, por lo que me apresuré a bajar las escaleras, sacar del
horno las patatas y meter el filete para asarlo.
— ¿Bella? —gritó mi padre al oírme en la escalera.
¿Quién iba a ser si no?, me pregunté.
—Hola, papá, bienvenido a casa.
—Gracias.
Colgó el cinturón con la pistola y se quitó las botas mientras yo trajinaba en la cocina.
Que yo supiera, jamás había disparado en acto de servicio. Pero siempre la mantenía
preparada. De niña, cuando yo venía, le quitaba las balas al llegar a casa. Imagino que ahora
me consideraba lo bastante madura como para no matarme por accidente, y no lo bastante
deprimida como para suicidarme.
— ¿Qué vamos a comer? —preguntó con recelo.
Mi madre solía practicar la cocina creativa, y sus experimentos culinarios no siempre
resultaban comestibles. Me sorprendió, y entristeció, que todavía se acordara.
—Filete con patatas —contesté para tranquilizarlo.
Parecía encontrarse fuera de lugar en la cocina, de pie y sin hacer nada, por lo que se
marchó con pasos torpes al cuarto de estar para ver la tele mientras yo cocinaba. Preparé una
ensalada al mismo tiempo que se hacía el filete y puse la mesa.
Lo llamé cuando estuvo lista la cena y olfateó en señal de apreciación al entrar en la
cocina.
—Huele bien, Bella.
—Gracias.
Comimos en silencio durante varios minutos, lo cual no resultaba nada incómodo. A
ninguno de los dos nos disgustaba el silencio. En cierto modo, teníamos caracteres
compatibles para vivir juntos.
—Y bien, ¿qué tal el instituto? ¿Has hecho alguna amiga? —me preguntó mientras se
echaba más.
—Tengo unas cuantas clases con una chica que se llama Jessica y me siento con sus
amigas durante el almuerzo. Y hay un chico, Mike, que es muy amable. Todos parecen buena
gente.
Con una notable excepción.
—Debe de ser Mike Newton. Un buen chico y una buena familia. Su padre es el dueño
de una tienda de artículos deportivos a las afueras del pueblo. Se gana bien la vida gracias a
los excursionistas que pasan por aquí.
— ¿Conoces a la familia Cullen? —pregunté vacilante.
— ¿La familia del doctor Cullen? Claro. El doctor Cullen es un gran hombre.
—Los hijos... son un poco diferentes. No parece que en el instituto caigan demasiado
bien.
El aspecto enojado de Charlie me sorprendió.
— ¡Cómo es la gente de este pueblo! —murmuró—. El doctor Cullen es un eminente
cirujano que podría trabajar en cualquier hospital del mundo y ganaría diez veces más que
aquí —continuó en voz más alta—. Tenemos suerte de que vivan acá, de que su mujer quiera
quedarse en un pueblecito. Es muy valioso para la comunidad, y esos chicos se comportan
bien y son muy educados. Albergué ciertas dudas cuando llegaron con tantos hijos adoptivos.
Pensé que habría problemas, pero son muy maduros y no me han dado el más mínimo
problema. Y no puedo decir lo mismo de los hijos de algunas familias que han vivido en este
pueblo desde hace generaciones. Se mantienen unidos, como debe hacer una familia, se van
de camping cada tres fines de semana... La gente tiene que hablar sólo porque son recién
llegados.
Era el discurso más largo que había oído pronunciar a Charlie. Debía de molestarle
mucho lo que decía la gente.
Di marcha atrás.
—Me parecen bastante agradables, aunque he notado que son muy reservados. Y todos
son muy guapos —añadí para hacerles un cumplido.
—Tendrías que ver al doctor —dijo Charlie, y se rió—. Por fortuna, está felizmente
casado. A muchas de las enfermeras del hospital les cuesta concentrarse en su tarea cuando él
anda cerca.
Nos quedamos callados y terminamos de cenar. Recogió la mesa mientras me ponía a
fregar los platos. Regresó al cuarto de estar para ver la tele. Cuando terminé de fregar —no
había lavavajillas—, subí con desgana a hacer los deberes de Matemáticas. Sentí que lo hacía
por hábito. Esa noche fue silenciosa, por fin. Agotada, me dormí enseguida.
El resto de la semana transcurrió sin incidentes. Me acostumbré a la rutina de las
clases. Aunque no recordaba todos los nombres, el viernes era capaz de reconocer los rostros
de la práctica totalidad de los estudiantes del instituto. En clase de gimnasia los miembros de
mi equipo aprendieron a no pasarme el balón y a interponerse delante de mí si el equipo
contrario intentaba aprovecharse de mis carencias. Los dejé con sumo gusto.
Edward Cullen no volvió a la escuela.
Todos los días vigilaba la puerta con ansiedad hasta que los Cullen entraban en la
cafetería sin él. Entonces podía relajarme y participar en la conversación que, por lo general,
versaba sobre una excursión a La Push Ocean Park para dentro de dos semanas, un viaje que
organizaba Mike. Me invitaron y accedí a ir, más por ser cortés que por placer. Las playas
deben ser calientes y secas.

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