11 de marzo de 2012

Libro abierto. Part 1 ~


LIBRO ABIERTO
El día siguiente fue mejor... y peor.
Fue mejor porque no llovió, aunque persistió la nubosidad densa y oscura; y más fácil,
porque sabía qué podía esperar del día. Mike se acercó para sentarse a mi lado durante la clase
de Lengua y me acompañó hasta la clase siguiente mientras Eric, el que parecía miembro de
un club de ajedrez, lo fulminaba con la mirada. Me sentí halagada. Nadie me observaba tanto
como el día anterior. Durante el almuerzo me senté con un gran grupo que incluía a Mike,
Eric, Jessica y otros cuantos cuyos nombres y caras ya recordaba. Empecé a sentirme como si
flotara en el agua en vez de ahogarme.
Fue peor porque estaba agotada. El ulular del viento alrededor de la casa no me había
dejado dormir. También fue peor porque el Sr. Varner me llamó en la clase de Trigonometría,
aun cuando no había levantado la mano, y di una respuesta equivocada. Rayó en lo espantoso
porque tuve que jugar al voleibol y la única vez que no me aparté de la trayectoria de la pelota
y la golpeé, ésta impactó en la cabeza de un compañero de equipo. Y fue peor porque Edward
Cullen no apareció por la escuela, ni por la mañana ni por la tarde.
Que llegara la hora del almuerzo —y con ella las coléricas miradas de Cullen— me
estuvo aterrorizando durante toda la mañana. Por un lado, deseaba plantarle cara y exigirle
una explicación. Mientras permanecía insomne en la cama llegué a imaginar incluso lo que le
diría, pero me conocía demasiado bien para creer que de verdad tendría el coraje de hacerlo.
En comparación conmigo, el león cobardica de El mago de Oz era Terminator.
Sin embargo, cuando entré en la cafetería junto a Jessica —intenté contenerme y no
recorrer la sala con la mirada para buscarle, aunque fracasé estrepitosamente— vi a sus cuatro
hermanos, por llamarlos de alguna manera, sentados en la misma mesa, pero él no los
acompañaba.
Mike nos interceptó en el camino y nos desvió hacia su mesa. Jessica parecía eufórica
por la atención, y sus amigas pronto se reunieron con nosotros. Pero estaba incomodísima
mientras escuchaba su despreocupada conversación, a la espera de que él acudiese. Deseaba
que se limitara a ignorarme cuando llegara, y demostrar de ese modo que mis suposiciones
eran infundadas.
Pero no llegó, y me fui poniendo más y más tensa conforme pasaba el tiempo.
Cuando al final del almuerzo no se presentó, me dirigí hacia la clase de Biología con
más confianza. Mike, que empezaba a asumir todas las características de los perros golden
retriever, me siguió fielmente de camino a clase. Contuve el aliento en la puerta, pero Edward
Cullen tampoco estaba en el aula. Suspiré y me dirigí a mi asiento. Mike me siguió sin dejar
de hablarme de un próximo viaje a la playa y se quedó junto a mi mesa hasta que sonó el
timbre. Entonces me sonrió apesadumbrado y se fue a sentar al lado de una chica con un
aparato ortopédico en los dientes y una horrenda permanente. Al parecer, iba a tener que hacer
algo con Mike, y no iba a ser fácil. La diplomacia resultaba vital en un pueblecito como éste,
donde todos vivían pegados los unos a los otros. Tener tacto no era lo mío, y carecía de
experiencia a la hora de tratar con chicos que fueran más amables de la cuenta.
El tener la mesa para mí sola y la ausencia de Edward supuso un gran alivio. Me lo
repetí hasta la saciedad, pero no lograba quitarme de la cabeza la sospecha de que yo era el
motivo de su ausencia. Resultaba ridículo y egotista creer que yo fuera capaz de afectar tanto

a alguien. Era imposible. Y aun así la posibilidad de que fuera cierto no dejaba de
inquietarme.
Cuando al fin concluyeron las clases y hubo desaparecido mi sonrojo por el incidente
del partido de voleibol, me enfundé los vaqueros y un jersey azul marino y me apresuré a salir
del vestuario, feliz de esquivar por el momento a mi amigo, el golden retriever. Me dirigí a
toda prisa al aparcamiento, ahora atestado de estudiantes que salían a la carrera. Me subí al
coche y busqué en mi bolsa para cerciorarme de que tenía todo lo necesario.
La noche pasada había descubierto que Charlie era incapaz de cocinar otra cosa que
huevos fritos y beicon, por lo que le pedí que me dejara encargarme de las comidas mientras
durara mi estancia. El se mostró dispuesto a cederme las llaves de la sala de banquetes.
También me percaté de que no había comida en casa, por lo que preparé la lista de la compra,
tomé el dinero de un jarrón del aparador que llevaba la etiqueta «dinero para la comida» y
ahora iba de camino hacia el supermercado Thriftway.
Puse en marcha aquel motor ensordecedor, hice caso omiso a los rostros que se
volvieron en mi dirección y di marcha atrás con mucho cuidado al ponerme en la cola de
coches que aguardaban para salir del aparcamiento. Mientras esperaba, intenté fingir que era
otro coche el que producía tan ensordecedor estruendo. Vi que los dos Cullen y los gemelos
Hale se subían a su coche. El flamante Volvo, por supuesto. Me habían fascinado tanto sus
rostros que no había reparado antes en el atuendo; pero ahora que me fijaba, era obvio que
todos iban magníficamente vestidos, de forma sencilla, pero con una ropa que parecía hecha
por modistos. Con aquella hermosura y gracia de movimientos, podrían llevar harapos y
parecer guapos. El tener tanto belleza como dinero era pasarse de la raya, pero hasta donde
alcanzaba a comprender, la vida, por lo general, solía ser así. No parecía que la posesión de
ambas cosas les hubiera dado cierta aceptación en el pueblo.
No, no creía que fuera de ese modo. En absoluto. Ese aislamiento debía de ser
voluntario, no lograba imaginar ninguna puerta cerrada ante tanta belleza.
Contemplaron mi ruidoso monovolumen cuando les pasé, como el resto, pero continué
mirando al frente y experimenté un gran alivio cuando estuve fuera del campus.
El Thriftway no estaba muy lejos de la escuela, unas pocas calles más al sur, junto a la
carretera. Me sentí muy a gusto dentro del supermercado, me pareció normal. En Phoenix era
yo quien hacía la compra, por lo que asumí con gusto el hábito de ocuparme de las tareas
familiares. El mercado era lo bastante grande como para que no oyera el tamborileo de la
lluvia sobre el tejado y me recordara dónde me encontraba.
Al llegar a casa, saqué los comestibles y los metí allí donde encontré un hueco libre.
Esperaba que a Charlie no le importara. Envolví las patatas en papel de aluminio y las puse en
el horno para hacer patatas asadas, dejé en adobo un filete y lo coloqué sobre una caja de
huevos en el frigorífico.
Subí a mi habitación con la mochila después de hacer todo eso. Antes de ponerme con
los deberes, me puse un chándal seco, me recogí la melena en una coleta y abrí el mail por vez
primera. Tenía tres mensajes. Mi madre me había escrito.
Bella:
Escríbeme en cuanto llegues y cuéntame cómo te ha ido el vuelo. ¿Llueve? Ya te echo
de menos. Casi he terminado de hacer las maletas para ir a Florida, pero no encuentro mi
blusa rosa. ¿Sabes dónde la puse? Phil te manda saludos.
Mamá
Suspiré y leí el siguiente mensaje. Lo había enviado ocho horas después del primero.
Decía:¿Por qué no me has contestado? ¿A qué esperas? Mamá.

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11 de marzo de 2012

Libro abierto. Part 1 ~


LIBRO ABIERTO
El día siguiente fue mejor... y peor.
Fue mejor porque no llovió, aunque persistió la nubosidad densa y oscura; y más fácil,
porque sabía qué podía esperar del día. Mike se acercó para sentarse a mi lado durante la clase
de Lengua y me acompañó hasta la clase siguiente mientras Eric, el que parecía miembro de
un club de ajedrez, lo fulminaba con la mirada. Me sentí halagada. Nadie me observaba tanto
como el día anterior. Durante el almuerzo me senté con un gran grupo que incluía a Mike,
Eric, Jessica y otros cuantos cuyos nombres y caras ya recordaba. Empecé a sentirme como si
flotara en el agua en vez de ahogarme.
Fue peor porque estaba agotada. El ulular del viento alrededor de la casa no me había
dejado dormir. También fue peor porque el Sr. Varner me llamó en la clase de Trigonometría,
aun cuando no había levantado la mano, y di una respuesta equivocada. Rayó en lo espantoso
porque tuve que jugar al voleibol y la única vez que no me aparté de la trayectoria de la pelota
y la golpeé, ésta impactó en la cabeza de un compañero de equipo. Y fue peor porque Edward
Cullen no apareció por la escuela, ni por la mañana ni por la tarde.
Que llegara la hora del almuerzo —y con ella las coléricas miradas de Cullen— me
estuvo aterrorizando durante toda la mañana. Por un lado, deseaba plantarle cara y exigirle
una explicación. Mientras permanecía insomne en la cama llegué a imaginar incluso lo que le
diría, pero me conocía demasiado bien para creer que de verdad tendría el coraje de hacerlo.
En comparación conmigo, el león cobardica de El mago de Oz era Terminator.
Sin embargo, cuando entré en la cafetería junto a Jessica —intenté contenerme y no
recorrer la sala con la mirada para buscarle, aunque fracasé estrepitosamente— vi a sus cuatro
hermanos, por llamarlos de alguna manera, sentados en la misma mesa, pero él no los
acompañaba.
Mike nos interceptó en el camino y nos desvió hacia su mesa. Jessica parecía eufórica
por la atención, y sus amigas pronto se reunieron con nosotros. Pero estaba incomodísima
mientras escuchaba su despreocupada conversación, a la espera de que él acudiese. Deseaba
que se limitara a ignorarme cuando llegara, y demostrar de ese modo que mis suposiciones
eran infundadas.
Pero no llegó, y me fui poniendo más y más tensa conforme pasaba el tiempo.
Cuando al final del almuerzo no se presentó, me dirigí hacia la clase de Biología con
más confianza. Mike, que empezaba a asumir todas las características de los perros golden
retriever, me siguió fielmente de camino a clase. Contuve el aliento en la puerta, pero Edward
Cullen tampoco estaba en el aula. Suspiré y me dirigí a mi asiento. Mike me siguió sin dejar
de hablarme de un próximo viaje a la playa y se quedó junto a mi mesa hasta que sonó el
timbre. Entonces me sonrió apesadumbrado y se fue a sentar al lado de una chica con un
aparato ortopédico en los dientes y una horrenda permanente. Al parecer, iba a tener que hacer
algo con Mike, y no iba a ser fácil. La diplomacia resultaba vital en un pueblecito como éste,
donde todos vivían pegados los unos a los otros. Tener tacto no era lo mío, y carecía de
experiencia a la hora de tratar con chicos que fueran más amables de la cuenta.
El tener la mesa para mí sola y la ausencia de Edward supuso un gran alivio. Me lo
repetí hasta la saciedad, pero no lograba quitarme de la cabeza la sospecha de que yo era el
motivo de su ausencia. Resultaba ridículo y egotista creer que yo fuera capaz de afectar tanto

a alguien. Era imposible. Y aun así la posibilidad de que fuera cierto no dejaba de
inquietarme.
Cuando al fin concluyeron las clases y hubo desaparecido mi sonrojo por el incidente
del partido de voleibol, me enfundé los vaqueros y un jersey azul marino y me apresuré a salir
del vestuario, feliz de esquivar por el momento a mi amigo, el golden retriever. Me dirigí a
toda prisa al aparcamiento, ahora atestado de estudiantes que salían a la carrera. Me subí al
coche y busqué en mi bolsa para cerciorarme de que tenía todo lo necesario.
La noche pasada había descubierto que Charlie era incapaz de cocinar otra cosa que
huevos fritos y beicon, por lo que le pedí que me dejara encargarme de las comidas mientras
durara mi estancia. El se mostró dispuesto a cederme las llaves de la sala de banquetes.
También me percaté de que no había comida en casa, por lo que preparé la lista de la compra,
tomé el dinero de un jarrón del aparador que llevaba la etiqueta «dinero para la comida» y
ahora iba de camino hacia el supermercado Thriftway.
Puse en marcha aquel motor ensordecedor, hice caso omiso a los rostros que se
volvieron en mi dirección y di marcha atrás con mucho cuidado al ponerme en la cola de
coches que aguardaban para salir del aparcamiento. Mientras esperaba, intenté fingir que era
otro coche el que producía tan ensordecedor estruendo. Vi que los dos Cullen y los gemelos
Hale se subían a su coche. El flamante Volvo, por supuesto. Me habían fascinado tanto sus
rostros que no había reparado antes en el atuendo; pero ahora que me fijaba, era obvio que
todos iban magníficamente vestidos, de forma sencilla, pero con una ropa que parecía hecha
por modistos. Con aquella hermosura y gracia de movimientos, podrían llevar harapos y
parecer guapos. El tener tanto belleza como dinero era pasarse de la raya, pero hasta donde
alcanzaba a comprender, la vida, por lo general, solía ser así. No parecía que la posesión de
ambas cosas les hubiera dado cierta aceptación en el pueblo.
No, no creía que fuera de ese modo. En absoluto. Ese aislamiento debía de ser
voluntario, no lograba imaginar ninguna puerta cerrada ante tanta belleza.
Contemplaron mi ruidoso monovolumen cuando les pasé, como el resto, pero continué
mirando al frente y experimenté un gran alivio cuando estuve fuera del campus.
El Thriftway no estaba muy lejos de la escuela, unas pocas calles más al sur, junto a la
carretera. Me sentí muy a gusto dentro del supermercado, me pareció normal. En Phoenix era
yo quien hacía la compra, por lo que asumí con gusto el hábito de ocuparme de las tareas
familiares. El mercado era lo bastante grande como para que no oyera el tamborileo de la
lluvia sobre el tejado y me recordara dónde me encontraba.
Al llegar a casa, saqué los comestibles y los metí allí donde encontré un hueco libre.
Esperaba que a Charlie no le importara. Envolví las patatas en papel de aluminio y las puse en
el horno para hacer patatas asadas, dejé en adobo un filete y lo coloqué sobre una caja de
huevos en el frigorífico.
Subí a mi habitación con la mochila después de hacer todo eso. Antes de ponerme con
los deberes, me puse un chándal seco, me recogí la melena en una coleta y abrí el mail por vez
primera. Tenía tres mensajes. Mi madre me había escrito.
Bella:
Escríbeme en cuanto llegues y cuéntame cómo te ha ido el vuelo. ¿Llueve? Ya te echo
de menos. Casi he terminado de hacer las maletas para ir a Florida, pero no encuentro mi
blusa rosa. ¿Sabes dónde la puse? Phil te manda saludos.
Mamá
Suspiré y leí el siguiente mensaje. Lo había enviado ocho horas después del primero.
Decía:¿Por qué no me has contestado? ¿A qué esperas? Mamá.

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